La Unión Soviética fue una superpotencia mundial que ejerció una gran influencia en Europa Oriental durante la Guerra Fría. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Rojo soviético desempeñó un papel fundamental en la liberación de Europa Oriental del dominio nazi. Sin embargo, en lugar de permitir que estos países se convirtieran en naciones independientes, la Unión Soviética estableció estados satélites en Europa del Este bajo su dominio. A partir de ese momento, la política de la Unión Soviética en Europa Oriental se caracterizó por un control político y económico riguroso, lo que le permitió mantener una fuerte influencia en la región y proteger sus intereses estratégicos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética comenzó a establecer estados satélites en Europa del Este bajo su control. Estos estados incluyen Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia y la República Democrática Alemana. El establecimiento de estos estados satélites ayudó a la Unión Soviética a asegurar su hegemonía en la región, pero también significó la restricción de la soberanía de estos países y su adaptación al modelo soviético.
Polonia fue uno de los primeros países en caer bajo la órbita soviética después de la Segunda Guerra Mundial. En 1945, se estableció un gobierno comunista, que rápidamente comenzó a aplicar políticas sociales y económicas que reflejaban el modelo soviético. La reforma agraria, por ejemplo, confiscó tierras de los terratenientes y los distribuyó entre los campesinos. En general, la experiencia polaca durante el período soviético fue una de restricción de la libertad política e individual. Los disidentes políticos eran encarcelados o exiliados, y la economía polaca fue estrechamente controlada por el Estado.
Hungría tuvo una experiencia similar después de la Segunda Guerra Mundial. En 1947, los comunistas controlaron el gobierno húngaro y comenzaron a implementar políticas socialistas. La colectivización forzada de la agricultura y la nacionalización de la industria fueron algunas de las medidas tomadas por el gobierno comunista. Sin embargo, estas políticas no fueron bien recibidas por la población húngara y, en 1956, estalló una revolución anti-soviética que fue rápidamente sofocada por las tropas soviéticas.
En Rumania, el régimen comunista llegó al poder en 1947. Bajo el liderazgo del dictador Nicolae Ceaușescu, se estableció una economía planificada y se implementaron políticas que limitaban la libertad política y personal. Como resultado, la población rumana no experimentó un alto nivel de vida ni mayor libertad política durante su gobierno.
En Bulgaria, los comunistas tomaron el poder en 1944 y establecieron un gobierno socialista que mantuvo una fuerte influencia soviética. La economía búlgara se planificó y los disidentes políticos eran perseguidos y encarcelados. Durante el gobierno socialista en Bulgaria la población no logró experimentar mejoras en su nivel de vida ni mayor libertad política.
En 1948 tuvo lugar el golpe comunista en Checoslovaquia que instaló en el poder al Partido Comunista Checoslovaco. El gobierno soviético tuvo un control directo sobre la política checoslovaca y utilizó a Checoslovaquia como un trampolín para penetrar los sistemas políticos de otros países del bloquoe soviético. En 1968, sin embargo, el gobierno checoslovaco liderado por Alexander Dubček intentó implementar algunas reformas que permitirían una mayor libertad política y una mayor participación ciudadana. Sin embargo, la intervención militar soviética, en lo que se llamó la "Primavera de Praga", abortó este intento reformista.
La República Democrática Alemana (RDA) fue establecida formalmente en 1949 y se convirtió en un estado satélite soviético en el corazón de Europa. El gobierno de la RDA aplicó las políticas sociales y económicas soviéticas, y fue un estado de partido único en el que los disidentes políticos eran reprimidos y la economía estaba fuertemente planificada. A pesar de esto, durante su existencia, la RDA logró crear un sistema educativo muy desarrollado que sirvió de modelo para el resto de Europa del Este.
El control soviético sobre Europa Oriental se estableció mediante la presencia militar y de seguridad en la región. Los ejércitos soviéticos ocuparon cada uno de los seis países del bloque soviético, y la KGB (policía secreta soviética) fue el principal agente de represión política en la región. A través del control militar y de seguridad, la Unión Soviética logró mantener la lealtad de sus estados satélites, y estas fuerzas de seguridad también se usaron para reprimir cualquier amenaza percibida contra el régimen socialista.
El bloque soviético en Europa del Este se desintegró en la década de 1980 debido a una serie de crisis económicas y políticas. El liderazgo soviético intentó reformar el sistema socialista en la Unión Soviética a través de la "Perestroika" y la "Glasnost", pero estas reformas llegaron demasiado tarde para salvar el bloque soviético en Europa del Este. En 1989, la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia llevó a la caída del gobierno comunista y la llegada de líderes reformistas al poder. Esto también llevó a la caída del Muro de Berlín y a la reunificación de Alemania. Poco después, las elecciones democráticas a nivel nacional en cada país del bloque soviético resultaron en la elección de gobiernos no comunistas.
La política de la Unión Soviética en Europa del Este se caracterizó por el establecimiento de estados satélites, control político y económico riguroso y la represión de la oposición política y social. Mantuvo un control militar y de seguridad sobre la región, lo que le permitió ejercer una fuerte influencia en la misma. Sin embargo, la caída del bloque soviético en Europa del Este en la década de 1980 demostró que la política de control riguroso sin libertades políticas ni cambios sociales significativos no era sostenible a largo plazo. Aunque la caída del bloque soviético llevó a un gran cambio en la política y la economía en Europa del Este, la influencia soviética en la región y su legado todavía se siente en la actualidad.